El actor Philip Seymour Hoffman ha muerto a los 46 años. La causa, al parecer, una sobredosis de heroína. Su cuerpo sin vida fue hallado la mañana del 2 de febrero en el cuarto de baño de su apartamento, en el neoyorquino barrio de Greenwich Village. Desde hacía unos meses vivía allí solo, distanciado -al menos físicamente- de Mimi O'Donnell, su compañera desde hacía quince años y madre de sus tres hijos.
Un comentario significativo es el de su compañero de trabajo y quizás amigo, también adicto, el guionista Aaron Sorkin: "No murió en una fiesta loca ni tampoco estaba deprimido. Murió porque era un adicto cada uno de los días de la semana". Se puede especular sobre el estado de ánimo que atravesaba Hoffman, sobre si estaba más o menos afectado por la situación con su familia, etc., pero lo único que puede afirmarse con certeza es que seguía trabajando y que tenía nuevos proyectos profesionales. Que era un enorme actor y que era adicto a la heroína.
Una vida la de Hoffman consagrada al arte de la interpretación. Ingresó por primera vez en un centro de rehabilitación recién graduado en la Tisch School of the Arts de la Universidad de Nueva York. Se dice que desde entonces pasó más de veinticinco años sobrio. En mayo de 2013 volvió a terapia, lo que atestiguaba su recaída.
La mayoría de los personajes interpretados por el actor fueron de personajes secundarios, aunque no por ello poco reseñables. Quizá le faltaron papeles protagonistas, que sin duda habrían llegado de no ser por el suceso. No obstante, Hoffman protagonizó algunos films, representando personalidades que por su complejidad dan buena muestra de las dotes, la entrega y la sensibilidad del actor. En 'Capote' (2005) representó al genial escritor homosexual, lo que le valió el Oscar a mejor actor; en 'Synecdoche, NY' (2008) hizo de Cadem Cotard, un dramaturgo de fama obsesionado por construir una obra-réplica de la realidad; en 'The Master' (2012), junto a Joaquin Phoenix, fue Lancaster Dodd, líder fundador de la Cienciología. Todos ellos, tanto protagonistas como secundarios, personajes poliédricos, genios decadentes, con marcados altibajos, de psicología turbulenta. Personajes humanos. Imposible no pensar que en cada uno de los papeles que reprodujo Hoffman no estaba mostrando algo de sí mismo, quizá su faceta oscura y, a la par, más sensible. Conseguía lo que solo pueden los mejores: remitir a la vida desde la ficción.
Ahora solo quedan sus personajes. La leve opresión en mi estómago cuando lo vea interpretar, igual que cuando veo a Heath Ledger. La inevitabilidad de advertir en su rostro, en su expresión a la persona que imagino fue en la realidad, más allá del papel representado en ese momento. La amarga sensación de intuir, e incluso comprender la tragedia, el porqué de su adicción. La rabia que produce la muerte prematura de alguien que podía y sabía emocionar cualquiera que fuese la voz desde la que hablara.
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