‘Solo los amantes sobreviven’, un film de Jim Jarmusch

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Jim Jarmusch ha escogido en esta ocasión la temática vampírica para ofrecer su particular enfoque del género, como ya hiciera con el western (Dead Man, 1995), las road movies (Stranger than Paradise, 1984) o el thriller criminal (Ghost Dog, 1999). A través del tono melancólico y contemplativo característico de su cine, Jarmusch realiza un retrato de la realidad contemporánea, haciendo hincapié en los males que la aquejan. Para ello utiliza a Adam y Eva, los dos vampiros amantes protagonistas. “El vampiro es una resonante metáfora, una forma de enmarcar las intenciones ocultas de la historia”, explica el director. “Esta es una historia de amor, pero también es la historia de dos extraordinarios forasteros que, debido a sus inusuales circunstancias, tienen una vasta visión de la historia de la humanidad, incluyendo sus impactantes logros y sus trágicos y terribles fracasos. Adam y Eva son ellos mismos metáforas del presente estado del ser humano: son frágiles y están en peligro, son susceptibles a las fuerzas de la naturaleza y a la reducida visión de aquellos que se encuentran en el poder”.


De las mejores cualidades del film nacen paradójicamente sus principales pecados. La originalidad de la cinta estriba en las reflexiones trascendentales que Jarmusch pone en boca de sus personajes, gracias a la perspectiva histórica que les brinda su longeva experiencia en la Tierra. Pero el director se ceba en recalcar esa sabiduría y esa longevidad en ambos personajes. Lo que al principio resulta curioso y puede incluso hacer gracia, pasa muy rápidamente a cansar debido a un exceso de repetición. Es demasiado obvio que Jarmusch quiere grabar la idea de que sus personajes son muy sabios. Esta falta de sutilidad repercute en la caracterización de los personajes, cuyo misterio, riqueza de matices y carisma potenciales son sacrificados en parte por la gran idea central. Del mismo modo, la muy lograda atmósfera hipnótica, densa, sensible y exclusiva como sangre humana, requiere, según Jarmusch, de una primera parte del film de ritmo muy lento, demasiado contemplativo. Suerte que llega el giro y el argumento se torna ágil, y tanto las acciones como los diálogos comienzan a fluir con dinamismo. El tono meditabundo y casi apático de la primera parte acaricia la comedia en la segunda, rescatando al mejor Jarmusch.


El mayor logro del film es mostrar el lado humano de sus protagonistas, esa faceta de andar por casa que todos compartimos obligados como estamos a desenvolvernos en la cotidianeidad. Jarmusch no se olvida de que los vampiros han sido antes humanos de a pie, y ni la eternidad, ni su exclusiva dieta, ni el horario nocturno los han despojado de sus traumas, de sus manías y de la capacidad de reírse de sí mismos.



      

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