PATOLOGÍAS PSICOLÓGICAS, RECETAS DE COCINA, SUCESOS HISTÓRICOS... SIN PUNTOS Y APARTE.

‘Te quiero porque me das de comer’, la original novela de David Llorente

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Te quiero porque me das de comer (Ed. Alrevés, 2014) tiene múltiples protagonistas. El asesino Maximiliano Luminaria. El barrio madrileño de Carabanchel. La maldad humana, manifestada en distintos personajes que allí habitan. Las tramas se mezclan entre sí y entre las descripciones y datos que Llorente intercala. Descripciones de patologías psicológicas, recetas de cocina, datos sobre sucesos históricos acaecidos en el pasado. Todo mezclado —diálogos incluidos— y sin puntos y aparte. No hay separación por capítulos ni por párrafos.

 

“Perfil del agresor a través del método inductivo: se estudian varios casos para extraer de ellos algunos posibles patrones de conducta. Los servicios del instituto se convirtieron en el lugar favorito de Max Luminaria: se encerraba allí: se sentaba en la taza del váter y (el ruido amortiguado de la vida más allá de los tabiques) escuchaba el silencio: solamente entonces estaba cerca de estar tranquilo: luego se masturbaba: un día se dio cuenta de que, para masturbarse, pensaba en animales muertos. Entra en vigor el Tratado de Maastricht. Admitida a trámite la querella contra el director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, en la que se le acusa de malversación de capital público”.

 

Reflexionar sobre la finalidad de esta técnica y sobre la estructura que origina desemboca, antes o después, en el efecto Kuleshov, un fenómeno del montaje cinematográfico demostrado por el cineasta ruso Lev Kuleshov durante los años veinte. Kuleshov mostró frente a una audiencia una secuencia en la que se intercalaba una toma del actor Iván Mozzhujin con un plato de sopa, un ataúd y una niña jugando. La audiencia percibió que la expresión de Mozzhujin cambiaba en cada secuencia, con lo cual se comprobó que el montaje tiene una gran influencia en la comprensión semántica de lo que aparece en una escena (Wikipedia). No es descabellado pensar que las intenciones de Llorente parezcan inscribirse en esta línea. Ansiedad, ritmo, reconcentración, intensidad, desasosiego. Así, se me antoja precipitado sentenciar que muchos de los datos y descripciones intercalados no tienen relación con las tramas. La relación quizá exista, aunque, de ser así, en el plano argumental es difícil descifrarla. 

 

“Aquella noche se emborracharon (algo se meterían también), buscaron a Max Luminaria y se ensañaron con él: primero le dieron una paliza y después lo dejaron clavado de una oreja en un árbol de la plaza: se reían como nunca: después, la risa se les cortó: vieron cómo Max Luminaria se separaba del árbol sin mayor dificultad: se arrancó media oreja (se la dejó colgando del clavo) sin hacer la más mínima mueca de dolor: aquella vez (a Luis el Róquer, Rogelio el Pirata y Javi el Jevi) se les heló la sangre en las venas. Los cascos azules de la ONU desplegados en la antigua Yugoslavia reciben el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Estados Unidos bombardea Iraq. Marcelo Saravia y Greta Santamaría empezaron a encontrarse (a hacer el amor) en las escaleras de los edificios, detrás de las gasolineras, entre los árboles del bosque, sobre la grava de las azoteas, en los baños públicos y en los probadores de las tiendas de ropa: durante un tiempo se sentían más felices y más jóvenes que nunca”.

 

No es nuevo el escribir sin puntos y aparte. Quizá el autor más cercano que utilizaba esta peculiar puntuación, esa escritura de carrerilla, de apariencia caótica, sea Saramago. Pero si bien la del portugués era una propuesta abierta, que animaba al lector a puntuar por su cuenta, según su criterio, a la búsqueda de su propia musicalidad, Llorente entrega el texto ya empacado, con cada nota puesta en el lugar preciso donde ha decido que ha de ir para provocar el efecto certero. El caos de Llorente es semántico. Aséptico. Y subversivo. 

 

 “A Greta Santamaría (siempre pasa) empezó a no bastarle eso de abrirse de piernas en una pensión de malamuerte: ahora quería salir con Marcelo Saravia los fines de  semana, viajar juntos (por ejemplo a París) e ir de vez en cuando a bailar: Marcelo Saravia le dijo que eso era imposible: a lo más que llegó Marcelo Saravia fue a decirle a su mujer que había muerto un familiar suyo en Zamora y que tenía que ir a su entierro: ¿quieres que vaya contigo, cariño?: no, mi amor, ya te veo el domingo por la tarde cuando vuelva. El parto, la masturbación, la defecación, la penetración, el embarazo, la felación, el ronquido, el bruxismo, el gargajeo, la masticación, la deglución, la sudoración, el regüeldo, la digestión, la fornicación, la supuración, la eyaculación, la cicatrización, la metástasis. La escena del crimen es (¿hace falta decirlo?) el lugar que el asesino ha elegido para matar a su víctima: las escenas del crimen, sin embargo, pueden ser varias: esto depende de si el asesino ha usado varios lugares desde que atrapa a su víctima hasta que la asesina: la escena principal es aquella en la que se produce la muerte: las demás son secundarias: en la escena del crimen es donde se lleva a cabo la transferencia entre el asesino y la víctima: en consecuencia, hay más evidencias físicas y psicológicas”.

 


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Asimismo, otro bloque al que Llorente recurre con regularidad es el de las enumeraciones de términos vinculados, las más de las veces, a la escatología. Abrió la veda en este campo, al menos estéticamente, Chuck Palahniuk con su Club de Lucha, donde también incluía descripciones de enfermedades y creaba un universo en el que las patologías jugaban un papel determinante. Los males físicos y psicológicos, reducidos convencionalmente a la intimidad de las víctimas, arrojaban a éstas a compartir su pesar con sus congéneres, no menos enfermos —cada cual de lo suyo—. Ello sirvió a Palahniuk para trazar un paralelismo entre las patologías individuales y las colectivas o sociales, arrojando luz sobre estas últimas. Si bien en la novela de Llorente no hay tanto —y si lo hay no es tan patente y versaría sobre otros conceptos, como la maldad y su convivencia con lo cotidiano—, la grandeza de Te quiero porque me das de comer estriba en acertar a incidir en lugares del cerebro del lector que habitualmente permanecen dormidos. Para ello, utiliza los datos ajenos —en apariencia— a las tramas como anestesia, para preparar y llevar la mente del que lee al estado de crisis idóneo. Con la misma idea utiliza el efecto martilleante de las enumeraciones. Y todo ello junto a la crudeza y la temática de lo expuesto. Con estas herramientas Llorente busca despertar reacciones emocionales que se añadirían a la experiencia literaria enriqueciéndola

      

1 Comentarios

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Hola. Muchas gracias por una reseña tan bien hecha. Estoy de acuerdo con todo lo que dices. Las descripciones y las enumeraciones fue lo que más me costó ordenar. Están relacionadas con las historias criminales, con el barrio o con la psicología de los personajes. El asesino es un caníbal (recetas de cocina), el primer cadáver se encuentra en los servicios (inscripciones en las puertas), los personajes sufren profundamente (listas de enfermedades y de antidepresivos), el asesino en serie siente asco por el ser humano (listas de los líquidos que expulsa nuestro cuerpo)... Me di cuenta de que la novela funcionaba porque el lector, como tú bien indicas, asimila eso inconscientemente. Un abrazo David Llorente

escrito por David Llorente 13/jun/14    11:19 h.

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