Pero empecemos por la historia pequeña con uno de los protagonistas del film, Lu Yanshi -interpretado por el actor Chen Daoming-, un preso político que, tras ser liberado después de casi veinte años encerrado, acude de inmediato a su casa para reencontrarse con su mujer y su hija. Pero su ilusión se desvanece cuando, al abrir la puerta, su mujer no le reconoce -o no quiere hacerlo- y su hija, educada bajo los dogmas políticos del nuevo gobierno chino, le invita a que se vaya. A partir de ahí comienza el relato personal, y también colectivo, de una historia llena de dolor, sufrimiento, represión y olvido involuntario.
El director vuelve a sus orígenes con el cine político-histórico, y trata de hacer justicia y contar las miles de historias que se callaron tras los años de enfrentamientos protagonizados por las clases sociales proletarias, lideradas por el máximo representante del Partido Comunista de China Mao Zedong. Unos años de lucha, pero también de fracasos. Derechos reivindicados y acallados tras el golpe de Estado Militar de Deng Xiaoping. Un cambio de régimen y de política que forzó a los miles de ciudadanos chinos a cerrar las heridas del pasado, aún sin estar curadas, y mirar hacia delante, sabiendo que una vez el pueblo alzó la voz, pero que es mejor no recordarlo.
Es en esta contradicción, donde el pasado vuelve al presente, Feng Wanyu se debatirá entre el amor y el recuerdo de su marido, la protección de su hija y el miedo a las consecuencias del recuerdo. El film, aunque fuera de la Sección Oficial, ya se ha estrenado en el Festival de Cannes con una gran acogida por parte del público. Y no es para menos. Para poder ser exhibida, la película ha tenido que superar los sistemas de control y censura del régimen chino. Eso ya se merece un gran aplauso.
Escribe tu comentario