"IR MÁS ALLÁ DE LA PROPIA VIDA, ESTAR EN LAS OTRAS VIDAS"

Elena Poniatowska recibe el Premio Cervantes

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La escritora, ante todo periodista, Elena Poniatowska ha recibido en Alcalá de Henares el 38º Premio Cervantes de Literatura. De ascendencia franco-polaca, a los diez años se trasladó a México con su madre. Quizá tras esa condición de exiliada se esconda parte de la urgencia y la fuerza con que, una y otra vez en el transcurso su carrera, ha reivindicado con tanto ímpetu su mexicanidad. El discurso con motivo de la ceremonia de entrega se ha centrado en otras dos reivindicaciones que, junto a la mencionada, resumen muy bien la intencionalidad e inquietudes en la obra de Poniatowska: la relevancia de la figura de la mujer y el valor capital de los desfavorecidos.

 

Se ha referido a las tres mujeres que, antes que ella, recibieron el galardón pero no pudieron recogerlo en el púlpito: “María (Zambrano), Dulce María (Loynaz) y Ana María (Matute), las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse”.

 

Además, se ha apoyado en otras tantas figuras femeninas para, además de alabarlas, ir armando su discurso: Simone Weil, la filósofa francesa; Sor Juana Inés de la Cruz, versada no solo en letras sino también en ciencia; Jesusa Palancares, protagonista de su novela testimonio Hasta no verte Jesús Mío; Tina Modotti, italiana exiliada que podría considerarse primera fotógrafa moderna de México; Rosario Ibarra de Piedra, cuya voz fue precursora de la voz de las Madres de la Plaza de Mayo; Leonora Carrington, pintora surrealista; las mujeres de Chiapas, protagonistas del levantamiento en 1994; Marta Traba, escritora colombiana autora de una Homérica Latina; las asesinadas en Ciudad Juárez.

 


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Y, claro, también en su madre, que “nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México, en 1942. Este enorme país temible y secreto, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: “Descúbranme””. Y junto a la tierra que la acogió, el reclamo de sus habitantes: “Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle”. Y en la calle aprendió la lengua “con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte”, lengua que utilizaría para retratar y dar voz a quienes les está vetado alzar la suya propia: “He aquí a nuestros personajes, los que llevan a sus niños a fotografiar ya muertos para convertirlos en “angelitos santos”, la multitud que rompe las vallas y desploma los templetes en los desfiles militares, la que de pronto y sin esfuerzo hace fracasar todas las mal intencionadas políticas de buena vecindad, esa masa anónima, oscura e imprevisible que va poblando lentamente la cuadrícula de nuestro continente”.

 

Ha aprovechado Poniatowska para ofrecer una significativa definición de sí misma intercalándola en los agradecimientos: “Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas””.

 

Y, ya hacia el final del discurso, una denuncia y declaración de principios: “El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”.

      

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