En la
lucha por ofrecer al público un cine diverso y de autor, el Cine Independiente
está el primero en las filas de una batalla que ya cuenta con muchos años. En
el bando contrario y, lamentablemente ganando territorio, se encuentra el cine
más comercial impulsado por las grandes productoras y distribuidoras de
Hollywood. Dos maneras de hacer cine muy diferentes que se han ido distanciando
por alcanzar objetivos que parecen incompatibles: la
pasión por hacer producciones cinematográficas más allá de los parámetros
convencionales y los objetivos económicos, y la búsqueda del beneficio y la rentabilidad que se derivan de la
explotación comercial de aquellas películas destinadas al consumo de masas.
En una aproximación más detallada del denominado Cine Independiente, se podrían definir ciertos rasgos comunes que caracterizan a este tipo de producción. El cine independiente generalmente no cuenta con un gran presupuesto para la producción de largometrajes o cortometrajes, ni espera grandes financiaciones o subvenciones por parte del capital privado o público. Por lo tanto, tampoco está sometido a ciertas expectativas comerciales y económicas que influyan, en mayor o menor medida, aspectos como el desarrollo de la historia, el planteamiento técnico del rodaje o, entre otras cosas, la estética general que se le dé a la producción. Estamos, en definitiva, ante un campo llano en el que el director tiene vía libre para experimentar con las herramientas de las que dispone, sean de mayor o menor calidad, haciendo de su producción un cine de autor que refleje el mensaje que con su trabajo ha querido plasmar en la película.
En este
sentido, se podría decir que existe tanto cine independiente como autores que
quieran realizarlo. Sin embargo, se levanta una barrera que, aunque
desquebrajada por amantes del cine, emprendedores y entusiastas, aún permanece
imbatible: la distribución y exhibición de películas. Se trata de un campo
mayoritariamente gobernado por las grandes empresas de cine comercial que limitan la salida al exterior de las
producciones más pequeñas. Las causas de esta limitación pueden ser
múltiples, destacando principalmente la
realidad actual: la falta de capital circulante de las empresas, dada la
inestabilidad bancaria y de pagos, provoca que las entidades privadas o
públicas solo inviertan en producciones que tengan asegurado un mínimo de éxito
y rentabilidad en las pantallas de cine de todo el mundo. Además, la subida del
IVA cultural, la menor asistencia a las salas de cine, el desplome definitivo
de la industria del DVD, la falta de compromiso de las instituciones públicas
por apoyar el cine de autor, y la ausencia de medidas que protejan a las pequeñas
y medianas empresas han tejido una red inestable en su estructura y difícil de
mantener en tiempos donde poco se quiere arriesgar.
Pero como en todo, siempre hay una excepción. No faltan las distribuidoras y salas de exhibición dispuestas a apoyar al cine independiente, experimental y de autor, aún cuando los riesgos sean mayores. Por ejemplo, el pasado año Alta Films, la primera distribuidora española de cine de autor nacional y extranjero, tuvo que cerrar 180 de sus 200 salas de proyección por falta de público y de apoyo de RTVE. Su propietario, Enrique Gonzalez Macho, actual presidente de la Academia de Cine, lamentó con pesimismo: “El público español de cine de autor en salas irá desapareciendo a medida que se vaya quedando sin oferta… y eso es el peor aspecto posible de la globalización, porque nos vamos a quedar con un único tipo de cine que ver”.
Para evitar llegar a ese punto, otras distribuidoras independientes,
como Surtsey Films, Abordar. Casa de Películas, Paco Poch Cinema y GoodFilms,
entre otras, dedican sus esfuerzos a que las producciones independientes
lleguen a nuestras pantallas y formen parte del tejido cultural nacional. El
objetivo es romper con un consumo aburguesado de películas ‘facilonas’ o de
directores consagrados. Tal y como declara Iván Barredo, fundador de GoodFilms,
“si los grandes complejos de todas las ciudades dedicaran una sola sala de las
muchas que tienen al cine en V.O.S,
veríamos mucho más cine interesante. Y se incentivaría, a si vez, a las nuevas
generaciones, como ocurre en Bélgica o Finlandia”.
Por ahora, se puede decir
que hay salas dedicadas exclusivamente al cine independiente, como los Cines
Verdi, Golem, Babel, SADE o Renoir, entre otros, que apuestan por un cine de
calidad y diverso. Aunque, como apunta Barredo, hace falta un programa de protección
y apoyo a estas salas por parte de “las empresas e instituciones culturales,
financieras y estatales”. Tampoco faltan los Festivales de Cine Independiente y
de Autor que sirven muchas veces de puente hacia el exterior y ofrecen una gran
oportunidad a estas producciones para ver de antemano la acogida que pueda
tener una película entre el púbico y entre los profesionales de la cinematografía.
Por ejemplo, el
Festival Internacional de Cine Independiente de Orense recibe cada año cerca de
1900 películas de 80 países; al igual que L’alternativa, Festival de Cine Independiente
de Barcelona, que recibe más de 2000 películas participantes de todo el mundo,
o el Festival de Cine de Madrid-PRN.
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