28 de junio de 1963. Sale de la imprenta bajo la Editorial Sudamericana una ¿novela? (más bien “la crónica de una locura”, una contranovela o “antinovela”, en palabras de su autor), que rompería los esquemas de la literatura latinoamericana: "Rayuela" de Julio Cortázar.
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Cortázar se había cansado ya de escribir cuentos a
finales de los años 50 y se manifestaba en contra de la novela tradicional, del
esnobismo europeo o la moda yanqui; quería crear una nueva poética, un nuevo
lenguaje y, como buen vanguardista, sabía que para crear antes había que
destruir, entonces “¿Cómo escribir una
novela cuando primero habría que des-escribirse, des-aprenderse, «partir à
neuf», desde cero, en una condición pre-adamita, por decirlo así?”, preguntaba
Cortázar a su amigo Jean Barnabé en 1959. El escritor sabía que este cambio de
perspectiva podía ocasionar una “amarga desilusión” a sus lectores asiduos,
pero era algo que necesitaba hacer antes de morir (tenía ya casi 50 años), era
un intento de liberarse, de desgarrar los órdenes y sistemas de la literatura
habitual de su época. No podía hacer otra cosa.
El objetivo no era fácil, no obstante, siempre nos
sentimos más cómodos en los mismos patrones y Cortázar, al iniciar Rayuela, se
sentía “poco capaz de romper con tanto hábito, tanta comodidad mental y física,
tanto mate a las cuatro y cine a las nueve...”. Distintos quebraderos de cabeza
le dieron su juego literario, el cual iba contando a sus amigos escritores:
escribía varias partes a la vez, repetía episodios o empezaba por el final para
volver a él una y otra vez, pues todo iba alterándose al ir escribiendo el
principio.
Cortázar decidió separarse de forma definitiva y bruscamente
del libro en 1962 pues, como él mismo dijo en una carta a Paul Blackburn, Rayuela
era “una especie de libro infinito (en el sentido de que uno puede seguir y
seguir añadiendo partes nuevas hasta morir)”. Al año siguiente salió a la luz y,
como Cortázar preludiaba, fue una “bomba atómica” en el campo de la literatura
latinoamericana. Causó el asombro y la admiración por ser radicalmente novedosa
y en seguida se situó en la cumbre de la lista de los best-sellers en Buenos
Aires.
Pero sería acogida especialmente por los jóvenes lectores
(adolescentes en algunos casos), hecho que sorprendió gratamente a nuestro
escritor, ya que había creado un libro que, por la misma razón que no pretendía
dar soluciones ni lecciones, ofrecía las preguntas y pesadumbres que la propia
juventud necesitaba plantearse. Así, fueron los jóvenes aquellos que más
fielmente acompañaron a Oliveira en sus delirios metafísicos, en su mundo de
insatisfacción e inconformismo, en su búsqueda del “kibutz del deseo”.
Rayuela era un juego laberíntico de lírica y metafísica
que pretendía despertar al cómodo lector convencional, ofreciéndole distintas
lecturas: la primera “se deja leer en la forma corriente, y termina en el
capítulo 56”, quien optara por esta manera tenía que prescindir de lo demás sin
remordimientos (¿alguien lo conseguiría?); la segunda “se deja leer empezando
por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada
capítulo”, dando saltos del “lado de acá” al “lado de allá”, como si de una
rayuela se tratase. Hubo además lectores que azarosamente descubrieron una
tercera y nueva lectura, propia y alternativa, y es que Rayuela, como bien
apuntó Cortázar, podía ser muchos libros a la vez.
Rayuela cumplirá 50 años el próximo 28 de junio y
probablemente seguirá creando nuevas y enriquecedoras lecturas, seguirá
entusiasmando a las nuevas y antiguas generaciones. Y aquellos que la hayan
leído (si no, ¿a qué esperan?), de una manera u otra, nunca olvidarán el
bohemio y excéntrico París de Oliveira, el Club de la Serpiente y sus
conversaciones afrodisiacas sobre jazz, ese “andar sin buscar” que bien sabían
Horacio y La Maga que era “un andar para encontrarse” y ese breve pero
maravilloso capítulo 7 al que muchos volverían más de una vez, con el que ahora
termino con la intención de conmemorar el 50º aniversario de una de las mayores
¿novelas? (laboratorio mental, travesura poética, llamadla como gustéis)
escritas en el siglo XX:
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al
cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se
acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando
confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los
labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde
un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis
manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu
pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de
peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es
dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del
aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor
a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.”
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