Comienza el juego: Giacometti en la Fundación Mapfre
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Se llama “Terrenos de juego” y abarca la trayectoria del escultor vanguardista Alberto Giacometti (1901-1966). Se trata de una de las exposiciones que podemos encontrar en la Fundación Mapfre hasta el 4 de agosto de 2013, organizada junto a la Kunsthalle de Hamburgo y reuniendo cerca de 190 obras del artista entre esculturas, dibujos, grabados, pinturas y fotografías.
La muestra dice centrarse en la investigación que Giacometti llevó a cabo sobre las composiciones espaciales y sus proyectos de diseño de plazas, aunque para ello se extiende a modo de retrospectiva con la intención de mostrar la evolución artística del escultor y sus múltiples facetas: sus primeras obras relacionadas con el cubismo, su etapa surrealista y sus “tableros de juego” que le harían desembocar en el diseño de plazas monumentales, su vuelta a la figuración y los retratos, sus estrechas y alargadas esculturas de posguerra…, todas ellas acompañadas de sus bocetos y las fotografías que de su taller realizaron los amigos del artista.
Giacometti, al llegar a París, probaría un tiempo con el cubismo y la inspiración del arte africano. Ya en 1925 había decidido dejar atrás su etapa figurativa y abandonar la representación de la realidad, prefiriendo crear desde la memoria y hacer algo que deseara o le emocionara afectivamente de alguna manera. Fue entonces cuando se topó con los surrealistas y dejó aflorar su imaginación hasta límites insospechados, además de jugar con ellos al ajedrez, formando parte del grupo hasta 1935. En estos años crearía los “tableros de juego” que él mismo denominaba “objetos móviles y mudos”, tableros que hablaban de la vida y la muerte como un juego amenazante y perverso.
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Estas obras de aire surrealista le llevaron a diseñar su “Proyecto para una plaza” (1931-1932) que también podemos ver en la exposición, una plaza peculiar donde, aparte de figuras, también hay vacío, algo que Giacometti siempre buscaría en sus obras y que aquí se evidencia en el agujero en el suelo. El espacio es, sin duda, lo que más importa al artista, no las figuras por sí solas, como si se tratasen de las piezas de un tablero de ajedrez.
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En 1934 dio por concluida su etapa surrealista y se interesó por el estilo figurativo de nuevo, realizando cabezas realistas y esculturas cada vez más pequeñas hasta que después de la guerra cambia totalmente de perspectiva: regresa al dibujo y renuncia a disminuir el tamaño de las esculturas, ahora se hacen verticales, enormemente altas y delgadas. Obras de hombres y mujeres, ellos en movimiento, ellas estáticas, pero dando siempre la apariencia de árboles, con los pies arraigados en la base como si fueran raíces, siendo quizá recuerdos de los espacios naturales de Borgonovo (Suiza), su pueblo natal.
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Destacan también los hombres que caminan, para Giacometti el movimiento fue una preocupación habitual desde su periodo surrealista y, además, para él andar tenía casi un carácter mágico desde que en 1938 sufrió un accidente de automóvil, causándole una leve cojera. Los hombres no se miran ni se rozan, se percibe soledad, pero también esperanza a la vez, el hombre que, de pie, sigue su camino.
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A partir de los años 50 se centra en el retrato, siendo el modelo principal su hermano Diego, que era también su ayudante. El mismo Giacometti decía que la cabeza de Diego era la que más conocía, ya de memoria, aunque también realizaría retratos de su madre y su mujer, Annette. Para el artista “ver surgir algo desconocido, cada día en la misma cara, es algo más grande que todos los viajes alrededor del mundo” y sobre todo si se trataba de la mirada, aspecto primordial en sus retratos donde alma y cuerpo formaban una unidad.
En 1956 acepta exponer por segunda vez en el pabellón francés de la Bienal de Venecia. Para la ocasión compone quince mujeres desnudas de pie, que son el resultado de sus estudios anteriores. Muestran inmovilidad y soberanía, con los brazos pegados al cuerpo y la cabeza pequeña, de frente, mirando al espectador, recordando enormemente a las estatuas egipcias.
Después encontramos los estudios en bronce realizados para el proyecto de la Chase Manhattan Plaza de Nueva York que el arquitecto Gordon Bunshat le encargó en 1958. Giacometti realizó unas figuras de grandes dimensiones, pero por el complicado aspecto de la proporción prefirió no enviarlas. En 1965, poco antes de su muerte, visitó la plaza que estaba aún vacía y pensó otra solución: la mujer grande (de unos 7-8 metros de altura), pero que no pudo llegar a realizar debido a su creciente enfermedad.
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La exposición también nos brinda con los dibujos y pinturas que Giacometti realizaba a modo de bocetos y donde se expresaba con mayor libertad, acompañados de fotografías de su taller realizadas por Robert Doisneau o Ernst Scheidegger con las que podemos conocer mejor al artista y su día a día: el estudio revuelto, obras escondidas, por el suelo, algunas llenas de polvo y ceniza de los cigarrillos que fumaba, restos de yeso…
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Una grata visita que nos invita a conocer a un gran artista, polifacético, exigente consigo mismo, pues siempre veía antes el fracaso que el éxito, pero que al mismo tiempo nunca se cansaba de intentar nuevas propuestas, ya que esculpir era, citando sus palabras, “ver, comprender el mundo, sentirlo intensamente y ampliar al máximo nuestra capacidad de exploración”.
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